Pablito Mendoza
Corría el año de 1970, el verano estaba en su apogeo cuando llegamos al nuevo barrio, era un niño aún cuando tuve la fortuna de conocer a Pablo.
Pablo era un personaje característico del barrio a donde habíamos llegado, conocido por muchas personas pero a la vez solitario, padecía de un retraso intelectivo que le restringió el poder tener una familia como todos los demás, pero eso no minaba su ánimo. Desde muy temprano se levantaba a lidiar con un par de burros que por aquel entonces le servían para acarrear la leña que necesitaba para cocinar sus alimentos y para soportar las bajas temperaturas que le azotaban durante el invierno.
Siempre gozo de la estima de sus vecinos, porque aunque su carácter era fuerte, era respetuoso con las demás personas y acomedido en lo que podía el colaborar. No fueron pocas las ocasiones en las que a base de remedios caseros ayudó a mamás preocupadas por la salud de sus hijos.
Hombre de pocas palabras pero de corazón noble, su vivienda era un conjunto de cosas viejas y desvencijadas, pero ante todo le ayudaban a desarrollar su sentido y derecho a la propiedad. En muchas ocasiones algunos mal vivientes llegaron a hacerle daño y apropiarse de sus pocas pertenencias, las cuales el defendía con valentía enfrentándolos y recriminándoles su proceder.
En ocasiones se le veía muy alegre, sobre todo cuando se acercaba la fiesta de San Pedro y San Pablo, en otras era taciturno, ensimismado en sus ideas y pensamientos, pero siempre mostraba entereza para enfrentar la vida.
Según tengo entendido tenia algunos benefactores desconocidos para nosotros, pero él comentaba que cuando necesitaba atención médica había uno que le ayudaba y le proporcionaba sus medicinas.
Era conocido por chicos y grandes, le conocían hasta los nietos de aquellos con los que le había tocado fundar el barrio, cuando no había aún los servicios básicos. Huelga decir que era todo un personaje. Su forma de ser me recordaba a aquel hombre que López Tarso representó en la película “El Hombre de Papel”, aunque Pablo no era sordomudo.
Devoto del Santo Niño de Atocha, era común ver entre sus pocas pertenencias un rinconcito en el cual se encontraba la imagen, tenía otras muchas imágenes, pero su preferencia en este sentido estaba verdaderamente definida.
Así transcurrieron los años, muchos años. Pablo saliendo temprano a buscar el sustento, juntando botes, acarreando pequeños trozos de madera, esperando el auxilio de sus amigos para comer, yendo y viniendo de allá para acá. Hasta que todo junto con él envejecieron.
Una tarde de enero, sus vecinos notaron que Pablo se había ausentado, pasaron uno, dos y más días y no aparecía por ningún lado. La preocupación creció y algunos de ellos se dieron a la tarea de buscarlo en los lugares que acostumbraba frecuentar. Le buscaron en Hospitales, en casas de conocidos de él, en la Cruz Roja, en el Departamento de Policía, hasta que uno de ellos fue a medicina legal y le encontró ya muerto. Tenía cuatro días de haber sufrido el atropellamiento por un vehículo, consecuencia del cual su vida se esfumó.
Pablo se ha ido, pero se queda en la memoria de todos aquellos que le conocieron, como una muestra de que aún existen personas que son auxiliadas por la providencia Divina a través de sus prójimos, como ejemplo de que el respeto no solo se da en los que nos ostentamos como normales, sino se encarna en las personas de buen corazón, aun cuando se les considere de limitada razón, de esas personas era él.
Nunca supe a ciencia cierta su edad, su origen y sus anhelos, era un hombre reservado al que solo le movía un gusto especial por la vida. Una vida que pasó inadvertida para muchos, más no así para los que vivieron cerca de él.
Pablito Mendoza, que Dios le conceda recibir la corona de aquellos que viven cobijados por la bondad y el respeto, de aquellos que sin ser muy letrados llevan encarnada en su persona la justicia y la verdad, con independencia de su grado de intelectividad.
Descansa en paz Pablo.
2013
Hace 11 años